El segundo partido de cuartos de final del Mundial también ha sido épico. Un choque igualadísimo entre Uruguay y Ghana, dos equipos de gladiadores, que han dispuesto de muchas ocasiones de desnivelar la balanza. Pero el pase a semifinales iba a resolverse -cosas del fútbol- en la última jugada de la prórroga, y de la forma más paradójica: el goleador charrúa Luis Suárez detiene con sus manos un balón de gol. Salva a su selección de la derrota pero es expulsado por cometer penalty. Pero los dioses del balompié no tenían reservada la gloria para Gyan. Balón al larguero y Uruguay se salva. Más sufrimiento, imposible. El mazazo no repercute, cosas del fútbol, en Gyan, que marca su lanzamiento en el desempate desde el punto fatídico. Pero sí hace mella en dos compañeros, que fallan. La bendición de los dioses había caido sobre el guardameta uruguayo Muslera, custodio del larguero salvador.
Al final, más épica. Va a decidir el partido el último penalty e Uruguay. ¿Quién lo lanza? El veterano Sebastián Abreu. "Loco" Abreu. Cualquier cosa podía ocurrir. Pero el delantero es fiel a sí mismo. Un lanzamiento suave, picado, arriesgado, de loco... y gol. Uruguay, a semifinales. "No le llamen loco, llámenle recontraloco", decían en el canal de TV por internet en que he visto el encuentro. Con Abreu llegó la locura total. Imagino cómo lo habrán vivido los uruguayos. Imagino que como nosotros los españoles con el penalty de Cesc contra Italia en la Eurocopa.
Uruguay ha sufrido, ha sufrido mucho, ha sabido sufrir hasta el último segundo, hasta el último suspiro. Eso tiene premio, en ocasiones. Pero además, los dioses del fútbol estaban con los charrúas. Este deporte salda una deuda pendiente con ellos.
Desde hacía cuarenta años. En mi barrio suenan bocinas, y me alegro.
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