Se cumple el centenario de la Gran Vía, una calle a la que los madrileños de toda la vida estamos muy unidos.
Quizá por eso -porque parte de nuestra vida ha transcurrido en sus alrededores-, quizá porque sus edificios y sus aceras han sido testigos de muchos acontecimientos históricos -los grandes y los pequeños, los que arman las pequeñas historias cotidianas-, la Gran Vía ha aparecido con frecuencia en mis libros.
Gerda Taro la pisó con frecuencia, cuando se la conocía como la "Avenida del Quince y medio", escenario habitual de bombardeos y de trasiego de corresponsales extranjeros. En "Gerda Taro, fotógrafa de guerra", reconstruí los meses que pasó en la capital, con y sin Robert Capa, durante la guerra civil española:
"Gerda sale temprano, deja a su espalda el machacado edificio de la Biblioteca Nacional, pasa por Cibeles y sube a pie por las calles Alcalá y Gran Vía, o parte en coche en dirección al frente. Al anochecer, agotada después un día de trabajo luchando a su manera por la causa republicana, cercana en cuerpo y alma a los hombres que se asoman al precipicio de la muerte, se reúne a cenar con los huéspedes de la Alianza, y al terminar escucha las noticias de la guerra a través de la radio..."
Sus aceras fueron escenario de mil y un "contactos visuales" de homosexuales perseguidos por el franquismo, cuyas vidas y cuyas experiencias en la entonces "Avenida de José Antonio" rescaté en "El látigo y la pluma":
“Una noche, estaba mirando un escaparate de una ferretería cercana a la Gran Vía junto a un amigo camarero. De pronto, nos vinieron policías por ambos lados y nos pidieron la documentación. Nos libramos porque mi amigo trabajaba en un bar muy conocido, y porque yo pude demostrar que trabajaba en Festivales de España”
Y en "Contraseñas íntimas", Tobias Polo, personaje protagonista, suele pasear -o correr-, por sus aceras:
Cruzó la Gran Vía a la carrera, y cuando bajó por Mesonero Romanos comenzó a caer una fina lluvia que le recordó, simultáneamente, Los Arribes y Guipúzcoa. Aflojó el paso para sentir el agua sobre su rostro, y pensó en su hermano. Sabía por Asun que andaba preocupado desde antes del 23-F, pero prefería no telefonearle. Cualquier frase mal dicha o mal entendida podía desencadenar una discusión a la que no deseaba enfrentarse. Su cuñada le había aconsejado que pasase el fin de semana en Montemayor, y Tobías aceptó planificar una visita rápida, de apenas veinticuatro horas. Además, pretendía zanjar la equívoca situación con Sara. Quizá fuesen demasiados propósitos, pero pensó que llegaba el momento de comenzar a romper amarras, como cuando un barco se bambolea al ritmo de la marea estirando las sogas que le sujetan a puerto.
La ocasión lo merece, así que vaya desde aquí mi homenaje a la Gran Vía, que continuaré en próximos trabajos editoriales.
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