A esta hora, los principales medios de comunicación de España informan sobre el fallecimiento de Juan Antonio Samaranch, un hombre de una gran relevancia en la vida pública, tanto durante el franquismo como durante la democracia, aunque, sobre todo, encarnó durante muchos años el espíritu olímpico como Presidente del Comité Olímpico Internacional.
Cuando, en 1999, Juan Manuel Gozalo y yo hicimos el libro Españoles de oro. Cien años de medallas olímpicas (ver este post), solicitamos a Samaranch unas palabras introductorias, que nos envió amablemente desde Lausanne, y pudimos incluirlas junto a las del Rey, a las de Alfredo Goyeneche, Presidente del Comité Olímpico Español, y a las de Miguel Blesa, Presidente de Cajamadrid.
Samaranch y Gozalo -¡ah!, y Paco Fernández-Ochoa- han vuelto a reunirse en algún sitio para hablar, seguro, de Pierre de Coubertin, de Jesse Owens, de Tommy Smith y John Carlos, de Nadia Comaneci, de Mark Spitz, de Carl Lewis, de Michael Phelps... y de todos los grandes medallistas españoles, que hoy les echan un poco más de menos.
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