Doce periodistas han sido asesinados en Filipinas. Quizá llama la atención la cifra y la manera en que fueron ejecutados (puedes leerlo en EL PAÍS), pero la verdad es que el goteo de profesionales muertos en un país marcado por la violencia estructural y la impunidad de los crímenes es mucho mayor del que imaginas.
Dediqué la segunda parte de "Gerda Taro, fotógrafa de guerra. El periodismo como testigo de la historia" a reflexionar en voz alta sobre el ejercicio del reporterismo en la actualidad, y no sólo en contextos de guerra, sino también en zonas de conflicto permanente, donde no hay un enfrentamiento bélico pero existen situaciones de corrupción y violencia, luchas entre clanes y negocios ilegales que los profesionales de la información investigan, poniendo en serio riesgo sus vidas. Filipinas ya aparecía en mi libro como un lugar muy peligroso para trabajar.
Todos los reporteros de guerra que conozco siempre me recuerdan que, aunque ellos corren riesgos durante unos días, quienes realmente se juegan la vida son los periodistas locales. No hay más que comprobar las estadísticas anuales y las informaciones que recopila, por ejemplo, el Comité para la Protección de los Periodistas para darse cuenta de la gravedad de la situación. Sabemos, por ejemplo, que hay más periodistas iraquíes asesinados que reporteros occidentales. Así ocurre en otros muchos países, como Rusia o Filipinas. Si pinchas aquí podrás leer un informe especial fechado en agosto que explica la terrible situación de los periodistas en Filipinas. Ahora hay una docena menos, y los que aún viven -y han de informar sobre el proceso electoral que se inicia en aquel país- probablemente tengan un temor que atenaza y congela su voz: "yo puedo ser el siguiente".
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