LA GRANDEZA DEL DEPORTE, O CÓMO HAY QUE SER HUMILDE HASTA EL FINAL

Hoy hemos asistido a uno de esos momentos inolvidables que nos brinda el deporte. Cuando se dice que los milagros existen, que no hay que cantar victoria hasta que no se cruza la meta o pita el árbitro del partido. Hoy, en España, se cree aún más en la épica del deporte: en los bares, en los parques, en el Rastro, en los campitos de fútbol, cada cual comentaba qué estaba haciendo cuando de pronto el destino intervino para cambiar la historia escrita de antemano. Cada cual se explayaba en los "toma toma negro" que miles de personas han coreado esta mañana y hacía cábalas sobre lo que ocurrirá en Brasil.
El piloto de F-1 Lewis Hamilton ha probado la hiel en el circuito de Shanghai, tan seguro estaba de que nada ni nadie iba a apartarle del título mundial que ya acariciaba. El exceso de confianza y una cierta consciencia de invulnerabilidad actuaron en el momento clave del Gran Premio de hoy. Y se salió en la calle de boxes, y no pudo reanudar la marcha, y esta vez sí, los comisarios le invitaron a que abandonara su monoplaza. ¡Ay, Lewis, qué quiebros del destino! Con doce puntos sobre Alonso, con el Moet Chandon puesto a enfriar, y resulta que te vas de China con las manos vacías. Un abandono inesperado. Para que veas que nadie es perfecto. Las caras de tu papá y de tus padrinos Dennis y Haug eran lo más parecido a un funeral. Se han quedado con la miel en los labios. No todo son ayudas, favoritismo, diferentes varas de medir en la aplicación del reglamento.
Resulta que también está la justicia deportiva. Ese extraño y mágico destino, que sobrevuela las competiciones deportivas, de vez en cuando pone a cada uno en su sitio. Y ahora, Brasil. Raikkonen y Alonso afilan los cuchillos. Mientras hay vida hay esperanza, y ahora ellos también acarician el título. Y Massa corre en casa. Vas a saber, pavito real Lewis, en qué consiste ser piloto profesional de F-1.