En mi libro "Contraseñas íntimas" -cuya acción se desarrolla entre 1980 y 1982- introduje una pincelada sobre la importancia que tuvieron Los Pecos en aquellos años. Dos de los protagonistas del libro, Ana y Tobías, asisten a una escena muy similar a la que yo presencié un día, a las puertas de los estudios de la SER en Madrid:
El día en que visitaron los estudios de la SER, hubo de ser requerida la presencia de la Fuerza Pública, y reforzada la plantilla de vigilantes jurados, para contener el ímpetu salvaje de las admiradoras. Enfervorizadas, empapadas en colonia dulzona y tarareando a lágrima viva los estribillos de sus canciones, habían rodeado el portal de la Gran Vía, con el objetivo de lograr a toda costa un autógrafo o un mechón de pelo, aunque una mirada fugaz de Pedro o Javier bastaba a cualquiera de ellas para imaginar que había sido la elegida para una noche de pasión. Quién sabe si para compartir toda una vida juntos. Cuando Los Pecos lograron atravesar la marabunta de quinceañeras, obnubiladas por sueños imposibles, y alcanzaron las instalaciones de la emisora, con el pelo descolocado y las cazadoras de cuero maltrechas por los arañazos y los empujones, estuvieron charlando durante un rato con Tobías y Ana, que se habían sumado al grupo de pinchadiscos de Los 40, alineados en la entrada como si llegara el Presidente del Gobierno.
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